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Mi pueblo era un rebaño descarriado,
lo habían extraviado
mis pastores por los montes;
recorría montañas y colinas,
había olvidado su majada.
Quienes los encontraban, los devoraban;
sus enemigos decían: “No somos culpables;
ellos son los que han pecado contra el Señor,
que era su legítima dehesa
y esperanza de sus antepasados”.
Huyan de Babilonia,
país de los caldeos;
salgan como carneros
al frente del rebaño.

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